Emma Colchón: la colaboración que empezó como un sueño… y acabó como una clase gratuita de cómo NO gestionar influencers

Colaboración con Emma Colchón: de sueño a pesadilla

En enero de 2024 recibí una propuesta que me hizo dar un salto de emoción: ¡colaborar con Emma Colchón a través de TikTok! No todos los días te escribe una marca así, así que, entre la ilusión y los nervios, acepté encantada. Me pedían entre 3 y 4 vídeos, uno por semana, y lo mejor de todo: podía elegir el producto.

Con una mezcla de emoción y responsabilidad, escogí su colchón Hybrid premium y almohadas (sí, como una adulta responsable que prioriza el descanso… o eso intenté). Cuando llegaron, perfectamente embalados, al vacío y por separado, sentí que todo estaba en su sitio. La colaboración prometía. Todo parecía ir sobre ruedas… o eso creía.

Subí todos los vídeos. Alguno, lo admito, con uno o dos días de retraso —lo normal cuando aún estás aprendiendo a moverte en un mundo donde las fechas de entrega no son tan flexibles como la espuma viscoelástica. Pero cumplí. Y como el producto me gustó de verdad, hablé maravillas. Todo quedó grabado en directos donde siempre soy clara, legal y cero exagerada. No soy de las que maquillan la realidad… ni para bien ni para mal.

Hasta ahí, todo bien. Pero ya sabemos cómo funciona esto: cuando empiezas a hacer un poco de ruido (por aquel entonces tenía unos 20.000 seguidores), hay quienes no pueden evitar que les pique que te lleguen esas propuestas. Después de cumplir con creces mi parte del acuerdo —sin cláusulas ocultas ni letra pequeña—, solté en uno de mis directos, de manera totalmente despreocupada, que quizá venderíamos el colchón.

¿La razón? Muy sencilla: el nuestro era prácticamente nuevo, del año anterior, y todavía lo estábamos pagando. Comentario inocente, sin drama ni crítica. Pero ya sabemos que la envidia tiene muy buen oído y hasta el murmullo más inofensivo puede resultar una ofensa.

Mi primera colaboración del 2024 fue también la última con ellos. Spoiler: no por mi culpa.

Alguien no perdió tiempo y fue corriendo a contarle a la marca que yo “hablaba mal” de ellos y que tenía la intención de vender el colchón… y, quién sabe qué más cosas les inventaron. Resultado: la agencia de marketing me escribió con tono amenazante, insinuando posibles acciones legales. Una se queda un poco ojiplática, la verdad.

Contesté educadamente, como corresponde, explicando que todo lo dicho está grabado, que jamás critiqué el producto y que, finalizada la colaboración, tengo derecho a hacer con él lo que me parezca. Porque sí, señores, cuando pagan en especie, el producto es parte del pago. Y uno decide si duerme sobre él, lo dona… o lo vende para pagar otro.

Quizá cometí el error de ser demasiado transparente. Pero si la sinceridad molesta, entonces no soy el tipo de influencer que les conviene. Una pena, porque el colchón era cómodo. Ellos, en cambio, fueron de lo más incómodos.

Aunque mi experiencia como influencer con esta colaboración no fue precisamente idílica, debo decir que el colchón era cómodo. Cumplió con su función perfectamente, y no tengo reparos en recomendarlo. A veces las cosas no salen como uno espera, pero eso no significa que el producto no merezca su reconocimiento.

Spoiler final: nunca más me contactaron. Pero no pasa nada. En esta cama ya no me vuelvo a tumbar. 🛏️